- Una 3dfx Voodoo 2 de 1998 puede funcionar en un PC moderno con Ryzen 9 y Windows 11 usando adaptadores PCIe a PCI y drivers Glide modificados.
- El uso de controladores comunitarios como GlideXP y librerías Glide parcheadas permite esquivar errores de mapeo de memoria en sistemas de 64 bits.
- Quake 2 alcanza 60 fps estables, el límite práctico de la Voodoo 2, demostrando que el cuello de botella sigue siendo la GPU retro, no la CPU moderna.
- La escena retro combina experimentos técnicos extremos con una fuerte carga nostálgica por primeros procesadores como el AMD K6-2 y tarjetas 3dfx.
Hay algo casi mágico en ver cómo una 3dfx Voodoo 2 vuelve a la vida en un PC actual con un potente AMD Ryzen 9 y Windows 11. No es solo una rareza tecnológica: es un puente entre dos épocas muy distintas del gaming en PC, cuando pasar de software rendering a Glide era poco menos que entrar en otra dimensión. Hoy, gracias a la comunidad de entusiastas y a algunos locos muy apañados, esa escena se ha hecho realidad.
Al mismo tiempo, muchos de quienes se emocionan con esta prueba recuerdan también su propio camino en la informática. No se trata solo de fps o benchmarks: para muchos, su primer procesador o su primera Voodoo 2 están cargados de recuerdos, de tardes en cibers, LAN parties, viajes a Galerías Jardín y listas imposibles de componentes apuntadas en una libreta. Este artículo mezcla ambas cosas: la parte técnica de hacer funcionar una Voodoo 2 en Windows 11 con un Ryzen 9, y la parte emocional de una generación que se forjó a base de S3, K6-2, Pentium II y mucho Glide.
El experimento: Voodoo 2 en Windows 11 con Ryzen 9
El experimento lo llevó a cabo el youtuber y divulgador tecnológico Omores, un creador de contenido especializado en hardware que se propuso resucitar una 3dfx Voodoo 2 de 1998 en un PC totalmente moderno, montado con Windows 11 y un procesador AMD Ryzen 9 9900X. La idea no era solo encender la tarjeta, sino lograr que acelerase juegos 3D como en su época, demostrando que la vieja guardia aún puede dar guerra.
Para poder instalar la tarjeta, Omores tuvo que lidiar con una limitación obvia del hardware actual: la Voodoo 2 está diseñada para ranuras PCI clásicas, mientras que los equipos modernos solo disponen de PCI Express. La solución pasó por usar una caja externa de StarTech con un adaptador PCIe a PCI, pensada originalmente para tarjetas de expansión profesionales. Debido al tamaño nada discreto de la Voodoo 2, hubo que extraer la tarjeta del chasis de la caja y conectarla «al aire».
Una vez montado el tinglado, la sorpresa fue que el sistema logró detectar correctamente la Voodoo 2. Windows 11 la identificó como un dispositivo PCI y, a partir de ahí, empezó el verdadero desafío: hacer que el sistema operativo de 64 bits de última generación cooperase con unos drivers y una arquitectura pensadas para Windows de finales de los 90.
El objetivo práctico del experimento era conseguir que juegos emblemáticos, como Quake 2, se ejecutaran aprovechando la aceleración 3D por Glide, el API propietario de 3dfx. Es decir, no se trataba solo de enchufar la tarjeta para hacer bonito, sino de usarla de verdad como se hacía hace más de veinte años, pero esta vez sobre una plataforma Ryzen actual.

Adaptadores, detección y peculiaridades del bus PCI
Uno de los puntos más curiosos del experimento es que la Voodoo 2 demostró ser más compatible con el hardware moderno que otras tarjetas 3dfx posteriores. Esto puede sonar extraño, pero tiene una explicación técnica: la Voodoo 2 carece de ciertas funciones avanzadas como el bus mastering, presentes en modelos más modernos, y que hoy chocan más con la arquitectura y la gestión de recursos de las placas base actuales.
El uso de la caja externa StarTech con adaptador PCIe a PCI permitió que la tarjeta se comportase, desde el punto de vista del sistema, como una expansión PCI convencional. Sin embargo, el tamaño y disipadores de la Voodoo 2 obligaron a prescindir del montaje cerrado habitual, dejándola expuesta pero perfectamente operativa. El enfoque recuerda mucho a las soluciones eGPU improvisadas, aunque aquí el protagonista es un hardware que muchos consideran de museo.
En el lado del software, la detección inicial por parte de Windows 11 no significaba que todo funcionara a la primera. Hacía falta disponer de controladores que pudieran convivir con un sistema operativo de 64 bits y, sobre todo, librerías Glide; en ocasiones resulta útil aprender a crear una lista negra o blanca de programas en Windows para controlar qué software puede ejecutarse, y evitar que drivers conflictivos interfieran con el sistema. El simple hecho de que el dispositivo apareciera en el administrador de dispositivos ya era una pequeña victoria, pero faltaba mucho trabajo de ajuste.
Otro punto interesante que subrayó Omores es que mientras la Voodoo 2 ha conseguido funcionar en este entorno híbrido, intentos con tarjetas posteriores y configuraciones más sofisticadas, como algunas con SLI moderno, han resultado bastante más problemáticos. La ironía está en que lo «simple» ha resistido mejor el paso del tiempo que algunas arquitecturas más recientes y complejas.
Este comportamiento recuerda hasta qué punto el diseño de los buses, las jerarquías de memoria y el acceso directo a recursos condicionan la vida útil de un componente. En esa línea, también se comparan, en otros debates, arquitecturas de consolas como Nintendo 64 con PCs de la época, analizando cómo las latencias de memoria o la ausencia de DMA podían lastrar CPUs teóricamente potentes como las del ecosistema MIPS.
Drivers Glide y batalla contra Windows 11
El núcleo del reto estaba en conseguir que la tarjeta trabajase con controladores y librerías Glide adaptados al mundo de 64 bits de Windows 11. Para ello, Omores recurrió a una combinación de drivers creados por la comunidad y los originales de la época, haciendo un auténtico collage de software retro y parches modernos.
En primer lugar se usaron drivers GlideXP de 64 bits, desarrollados por el entusiasta conocido como Colorless. Estos controladores están pensados precisamente para acercar tarjetas 3dfx a sistemas más recientes. Junto a ellos se probaron también drivers de 32 bits de KoolSmoky, las versiones oficiales originales de 3dfx y paquetes custom como FastVoodoo, muy populares entre los aficionados al tuning de estas gráficas en máquinas retro.
El gran obstáculo al intentar instalar y usar estos controladores en Windows 11 fue un conflicto conocido como error Mapmem, que impedía un mapeo correcto de memoria para la tarjeta y bloqueaba el uso normal de Glide. Este error es fruto de la forma en la que los sistemas operativos modernos gestionan la memoria y protegen el acceso de los drivers al espacio de direcciones.
La solución vino de mano de la comunidad: se reemplazaron las bibliotecas Glide por versiones «fixeadas», es decir, modificadas para adaptarse a las exigencias de los entornos actuales y al modelo de drivers de 64 bits. Tras este ajuste, Windows 11 dejó de protestar, reconoció correctamente la Voodoo 2 como dispositivo funcional y permitió lanzar aplicaciones que la utilizaran como aceleradora 3D real.
Este tipo de apaños no es muy distinto de lo que se ha hecho en el mundo de la emulación de consolas, donde se interceptan llamadas a librerías gráficas específicas y se traducen a APIs actuales como DirectX u OpenGL. En el fondo, herramientas como Glide wrappers, emuladores de alto nivel o parches como estos comparten la misma filosofía: adaptar llamadas antiguas a contextos modernos, añadiendo una capa de software que inevitablemente conlleva cierta sobrecarga pero que mantiene vivo un ecosistema de juegos y hardware que, de otro modo, quedaría completamente inaccesible.
Quake 2 a 60 fps y límites físicos de la Voodoo 2
Con los drivers estabilizados y la Voodoo 2 lista para trabajar, tocaba lo divertido: lanzar juegos reales. El elegido fue Quake 2, uno de los títulos que mejor representan el salto a la aceleración 3D por hardware a finales de los 90. Configurado para usar Glide, el juego se ejecutó sin mayores dramas y la Voodoo 2 empezó a mostrar aquello para lo que fue creada.
En las pruebas, la tarjeta logró mantener unos 60 fotogramas por segundo estables, que no son una simple casualidad: ese es prácticamente el techo real de la Voodoo 2 en este tipo de escenarios, marcado por su potencia de cálculo y su fillrate. Aunque hoy una cifra así parezca modesta comparada con las barbaridades que alcanzan las GPU actuales a 4K, en su momento ver Quake 2 tan fluido con filtros bilineales y efectos 3D era algo que dejaba con la boca abierta.
El experimento aporta también una perspectiva interesante sobre lo que se considera rendimiento «suficiente». A día de hoy se habla con naturalidad de 144 Hz, 240 Hz o más, mientras que en la época de 3dfx el salto importante estaba en conseguir un frame rate estable en torno a 60 fps con una calidad de imagen muy superior al software rendering tradicional. La Voodoo 2, incluso limitada por los parches y el contexto moderno, demuestra seguir cumpliendo con ese objetivo.
A lo largo de otros debates técnicos que rodean este tipo de pruebas, se comparan cifras de fillrate de la Voodoo 2 y de otras tarjetas como Verité V1000, S3 Virge, Rage II o PowerVR de primera generación. Sobre el papel, muchas GPUs de consolas como Nintendo 64 parecían poder «volar» con datos teóricos de decenas de megapíxeles por segundo, pero luego la realidad del ancho de banda, latencias y diseño de memoria hacía que pocos juegos llegaran a altas resoluciones a 60 fps. En cambio, varias tarjetas de PC «inferiores» consiguieron títulos a 640×480 fluidos, dejando claro que los datos de pico no siempre reflejan el rendimiento real en pantalla.
Quake 2 sobre la Voodoo 2, en un Ryzen 9 y Windows 11, sintetiza muy bien esa idea: por muy potente que sea la CPU moderna, el tope lo marca la propia arquitectura fija de la tarjeta de 1998. El procesador actual puede ir sobradísimo, pero el cuello de botella sigue siendo el hardware retro, que se comporta prácticamente igual que hace décadas, solo que esta vez rodeado de RGB, NVMe y núcleos a gigahercios absurdos.
SLI, compatibilidad y el papel de los mods actuales
Si una Voodoo 2 es icónica, dos en SLI ya son directamente religión para muchos entusiastas. Era lógico que se intentase replicar también una configuración SLI de Voodoo 2 en hardware moderno, enlazando dos tarjetas para doblar teóricamente el rendimiento gráfico. Sin embargo, en este punto el experimento chocó con la cruda realidad.
Los intentos de hacer funcionar ese SLI histórico sobre un PC actual no dieron resultado. La comunicación entre tarjetas, la asignación de recursos y la propia forma en la que el sistema reparte el espacio de direcciones provocaron que la configuración no fuese estable y que, en la práctica, el SLI no funcionara correctamente en el entorno Ryzen 9 + Windows 11. La tecnología parece haber quedado demasiado anclada a las plataformas para las que se diseñó.
Incluso volviendo a equipos retro más acordes con su época, como PCs con Pentium II, las configuraciones SLI de Voodoo 2 no están exentas de problemas. Algunos usuarios reportan artefactos gráficos y glitches incluso en entornos nativos pensados precisamente para esas tarjetas. Es un recordatorio de que, aunque la nostalgia nos haga idealizar el pasado, en aquellos años también abundaban los conflictos de drivers, los parpadeos extraños y las pantallas corruptas.
Frente a las limitaciones de las unidades originales, hoy existe un pequeño ecosistema de tarjetas 3dfx «custom» fabricadas a mano para la escena retro. Entre ellas destacan versiones especiales de Voodoo 3 en formato low-profile, pensadas para encajar en chasis modernos o equipos compactos sin renunciar al espíritu vintage. Estas creaciones no son oficiales, pero sí muy cuidadas, y permiten disfrutar de parte de la experiencia 3dfx con una comodidad y una fiabilidad mayores que las piezas de colección originales.
En paralelo, el trabajo de desarrolladores de drivers alternativos, wrappers Glide y utilidades de parcheo ha sido crucial. Nombres como Colorless o KoolSmoky son bien conocidos en la escena por haber mantenido vivas estas tarjetas durante años. Gracias a ellos, hoy es posible que una Voodoo 2 se entienda con un sistema operativo pensado para SSD NVMe y gráficos integrados Intel UHD, algo que nunca entró en los planes de 3dfx cuando lanzó la tarjeta.

Recuerdos de Pentium II, Galerías Jardín y el primer K6-2
Más allá de los datos técnicos, este tipo de experimentos remueven algo muy profundo en la memoria de quienes crecieron con aquella tecnología. Hay historias de quienes miraban embobados un Pentium II montado en una Soyo 6BA+, con uno de los primeros gabinetes ATX que veían en su vida, mientras soñaban con poder reunir el dinero necesario para montarse algo parecido algún día.
La escena de un adolescente de unos 16 años juntando peso a peso durante meses para comprar su primera PC es muy reconocible. En plena época del «riojano», con sueldos ajustados y crisis varias, un Pentium II era un lujo casi prohibitivo, y menos todavía para el hijo de un currante. Mientras tanto, un amigo como Carlitos ya montaba ordenadores desde los 13 años y se convertía en el gurú del barrio, con su propia Voodoo 2 que abría las puertas al «verdadero gaming» de PC.
En medio de ese contexto llega el gesto salvador de una hermana que, al encontrar su primer trabajo en una AFJP, promete: «con mi primer sueldo te voy a ayudar a comprarte una compu». A ese aporte se suman unos tíos abuelos y, con mucho esfuerzo, se juntan unos 550 dólares para armar la primera máquina. Pero no era solo el PC: había que comprar también el monitor, el gabinete, todos los detalles que muchas veces se olvidan cuando uno ve solo la torre en los catálogos.
La ilusión de ese primer proyecto hace que uno se anime a organizarlo todo con una lista milimétrica: memoria en Liniers, disco duro en Belgrano, gabinete en Palermo… Sobre el papel parecía perfecto, pero al llegar a Buenos Aires, la hermana se echa a reír con toda la razón: era una planificación completamente loca para un sábado, más aún cuando ella tampoco se movía como pez en el agua por la ciudad. El plan acaba reconducido a algo más realista: ir a Galerías Jardín y buscar todo allí mismo.
En aquellas fechas festivas el stock escaseaba, y al recorrer locales va cayendo una lección básica: lo más sensato era armar la PC completa en un solo sitio y probarla allí, para asegurar compatibilidad y facilitar las garantías. Comprar piezas sueltas en distintos comercios podía salir más barato sobre el papel, pero era un dolor de cabeza garantizado para un «pibito» que se estrenaba en el mundillo. Esa fue, como muchos cuentan, su primera auténtica «lección de la calle» aplicada a la informática.
La primera PC propia y ese inolvidable AMD K6-2 500
Al final, la primera PC «armada por uno mismo» rara vez coincide con el sueño inicial, pero la satisfacción de encenderla por primera vez compensa cualquier concesión. En este caso, la configuración terminó siendo más modesta de lo imaginado: un gabinete ATX, un motherboard EPOX, 32 MB de RAM PC100 (pensando en futuras ampliaciones), un disco duro Western Digital de 10 GB que sonaba «como cortadora de fiambre» y una tarjeta S3 Savage 4 de 32 MB.
El vendedor insistía en que aquella Savage 4 «no era una aceleradora» 3D al uso, al menos no en la línea de las Voodoo, pero cumplía su función. La verdadera joya del equipo fue un AMD K6-2 a 500 MHz, que se convertiría en el auténtico corazón de esa primera máquina. Puede que no fuera el Pentium II soñado, pero acabó siendo mucho más que un simple procesador en la vida de su dueño.
Es complicado explicar sin sonar un poco chiflado cómo un trozo de silicio puede despertar tanto cariño. Ese K6-2 500 fue el primer procesador al que se le hizo overclock mediante jumpers, rascando unos 50 MHz extra que, aunque modestos, se notaban en el día a día. Más allá de los números, aquel chip era el motor que permitía ir a las primeras LAN parties, conocer a otros aficionados, jugar sin dormir durante más de un día, inflarse a pizza y aprender montones de cosas que acabarían marcando un camino profesional.
Como muchos «fierreros» del motor que recuerdan con cariño motores como el Ford 221, aquel famoso «Audi» del primer VW Gol o el TIPO 1.4 del Fiat Spazio, los aficionados al hardware solemos tener grabado en la memoria nuestro primer procesador. Puede que hoy nos parezca lento y limitado, pero fue compañero de incontables alegrías, y motivo de más de una puteada cuando se quedaba corto abriendo juegos exigentes o programas pesados.
Entre esa nostalgia y la experimentación técnica actual se cierra un círculo curioso: los mismos que soñaban con un Pentium II y una Voodoo 2 ahora son quienes, años después, logran arrancar esa Voodoo 2 en un Ryzen 9 con Windows 11. Siguen trasteando con drivers imposibles, emuladores que interceptan llamadas de librerías C, wrappers Glide y debates encendidos sobre MIPS, MFLOPS, fillrate real frente a teórico, latencias de RDRAM o jerarquías de memoria mal diseñadas que lastraron consolas completas.
Todo este viaje, desde Galerías Jardín hasta una Voodoo 2 pinchada en una caja StarTech conectada a un Ryzen 9, deja claro que el hardware no solo se mide en megahercios y benchmarks. También se mide en historias personales, chapuzas creativas y comunidades de entusiastas que se empeñan en que nada quede olvidado. Ver hoy una Voodoo 2 corriendo Quake 2 a 60 fps en Windows 11 no es solo una demostración técnica: es una manera de reencontrarse con aquel primer K6-2, con los gabinetes ATX blancos, con los viajes imposibles por barrios de informática y con la emoción de montar, por fin, ese ordenador que parecía inalcanzable.
