- Una tormenta geomagnética severa (G4) puede degradar satélites, GNSS y radio HF/VHF, activando protocolos de mitigación.
- Las redes eléctricas son vulnerables a corrientes inducidas, con riesgo de sobrecargas y apagones localizados.
- El episodio actual incluye varias CME y una llamarada X5.1; se han visto auroras en latitudes inusuales, también en España.
- España, en latitudes medias, prevé impactos leves; NOAA y ESA recomiendan seguir avisos oficiales y medidas preventivas.
Una alerta por tormenta geomagnética severa (nivel G4) mantiene en guardia a agencias y operadores de infraestructuras: NOAA, a través de su SWPC, y la ESA han confirmado que varias eyecciones de masa coronal avanzan hacia la Tierra tras llamaradas solares de clase X muy energéticas. El pico de actividad se sitúa entre la noche del miércoles y la jornada del jueves, con márgenes de incertidumbre normales en meteorología espacial.
Aunque en superficie la población está protegida por el campo magnético terrestre y la atmósfera, el episodio no es menor: el foco se pone en los sistemas que conectan espacio y Tierra. Satélites, redes eléctricas de alta tensión y sistemas de navegación por satélite (GPS/GNSS) podrían notar desde degradaciones temporales hasta perturbaciones más serias, especialmente si la orientación del campo magnético solar entrante es desfavorable.
Qué es una tormenta geomagnética y por qué importa
Una tormenta geomagnética es la respuesta de la magnetosfera terrestre a una inyección de material y campos magnéticos procedentes del Sol, normalmente tras una fulguración (flare) y una eyección de masa coronal (CME). La CME es una nube de plasma magnetizado que, cuando viene dirigida a la Tierra, puede llegar en horas o en pocos días, dependiendo de su velocidad.
En este episodio se han observado velocidades del orden de 1.500 km/s y una fulguración destacada de clase X5.1, una de las más potentes de los últimos años. Al impactar, la CME distorsiona el campo magnético terrestre y puede disparar la escala de NOAA que clasifica estas tormentas de G1 (menor) a G5 (extrema). Hoy la referencia operativa es G4 (severa), suficiente para gatillar medidas de mitigación en infraestructuras críticas.
Clave en todo esto es la orientación del componente sur (Bz) del campo magnético interplanetario: si se alinea de manera desfavorable, la conexión con la magnetosfera se fortalece y las perturbaciones se amplifican. Esa es la razón por la que la intensidad real no puede conocerse con precisión hasta que la nube es muestreada a su paso por los observatorios de viento solar en L1, a algo más de un millón de millas de la Tierra.
En la alta atmósfera, particularmente en la termosfera y la ionosfera, la afluencia de partículas energéticas dispara procesos de ionización anómala. Ese «redecorado» de la parte superior de la atmósfera es lo que, por un lado, regala espectáculos de auroras visibles en latitudes inusuales y, por otro, desbarata la propagación estándar de ciertas bandas de radio y el rendimiento de sistemas de navegación.
La escala G de NOAA convive con el índice Kp, que mide la perturbación geomagnética en una escala de 0 a 9. Valores de Kp alrededor de 5 marcan ya el umbral de tormenta; con varias CME encadenadas, el índice puede subir con rapidez y mantenerse alto durante varias horas o incluso días, según la duración del acoplamiento.

Las auroras son el indicador más amable de que la tormenta va en serio. Las partículas solares canalizadas por el campo magnético terminan precipitándose en regiones polares donde, al colisionar con átomos y moléculas, excitan emisiones luminosas que vemos como cortinas y arcos de color. En eventos fuertes, ese óvalo auroral se expande hacia el ecuador, llegando a latitudes medias poco habituales.
Qué está ocurriendo en este episodio concreto
En los días previos se registraron varias fulguraciones, entre ellas una llamarada de clase X5.1, y múltiples eyecciones de masa coronal con dirección a la Tierra. Los pronósticos sitúan el máximo de la actividad geomagnética en una franja horaria que abarca la noche del miércoles y parte del jueves, con posibilidad de nuevos impulsos si más eyecciones salen del Sol.
NOAA mantiene activo su aviso en el SWPC y recuerda que la evaluación fina de la intensidad se consolida cuando la CME alcanza la constelación de instrumentos situada alrededor del punto de Lagrange L1. A partir de ese momento, los meteorólogos espaciales pueden emitir alertas y productos de ahora-casting con mejores márgenes de acierto.
Además de los impactos ya en marcha, los expertos han señalado que el campo magnético y el entorno cercano a la Tierra pueden experimentar fases en las que la perturbación se vuelve más intensa. Se han descrito episodios con incrementos que superan por varias veces el nivel de fondo, una situación compatible con condiciones severas sostenidas si la orientación del campo se mantiene favorable al acoplamiento.
En paralelo, ONGs científicas y agencias nacionales europeas confirman vigilancia máxima. El Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades ha subrayado que, por ubicación geográfica, España se sitúa en latitudes medias y no es de los territorios con exposición directa más intensa, sin descartar interferencias puntuales en GNSS o ligeras alteraciones en comunicaciones de onda corta.
En la práctica, ya se han observado auroras desde zonas poco habituales, no solo en Europa central o las Islas Británicas, sino también en latitudes medias de Norteamérica, con reportes desde estados como Iowa, Nueva York, el norte de California o incluso Alabama. En España se han documentado observaciones desde Andalucía (Calar Alto), Extremadura (Aldeanueva y Jaraíz de la Vera) y puntos de Catalunya (Vallter, Montseny, Parc Astronòmic de Prades).
Un matiz importante: han circulado mensajes en redes sociales señalando picos muy altos de actividad geomagnética. Conviene apoyarse en las fuentes oficiales (NOAA/ESA/IGN) para distinguir entre la clasificación operativa vigente (G4, severa) y estimaciones no corroboradas que pueden sobredimensionar el riesgo.
- Varias CME consecutivas aumentan la probabilidad de que se sumen sus efectos, elevando el nivel geomagnético.
- El acoplamiento depende de la orientación del campo magnético de la nube: si Bz es sur, el impacto suele ser más contundente.
- El índice Kp ya ha entrado en rango de tormenta y puede escalar en función de la dinámica de llegada.
Impactos tecnológicos: satélites, radio, navegación y red eléctrica
Los satélites son los primeros de la fila. En órbitas geoestacionarias y polares, así como en LEO, la mezcla de radiación, partículas y campos magnéticos perturba sistemas electrónicos y sensores. Esto se traduce en errores transitorios, reseteos por partículas (SEU), degradación de detectores y, llegado el caso, cambio a «modo seguro» para proteger la plataforma.
Servicios críticos como el posicionamiento global pueden resentirse. GPS/GNSS suelen experimentar pérdidas de precisión y errores en soluciones de alta exactitud, afectando aviación, navegación marítima, agricultura de precisión o logística. La consecuencia evidente para el usuario es un posicionamiento menos estable y mayores latencias en la corrección.
El capítulo de radiofrecuencias merece mención aparte. La perturbación ionosférica altera la propagación de las ondas, sobre todo en HF y, en ocasiones, VHF, lo que provoca apagones parciales de señal, ruido intenso y cobertura irregular; ciertas frecuencias libres pueden verse afectadas. Sistemas aeronáuticos, enlaces marítimos de largo alcance y comunicaciones de emergencia pueden notar cortes o degradaciones temporales.
En tierra, el riesgo está en las corrientes geomagnéticamente inducidas (GIC). Los cambios rápidos del campo magnético hacen circular corrientes por líneas de transmisión y estructuras metálicas extensas. El resultado potencial: calentamiento de transformadores, disparos de protecciones, desgaste acelerado y, en el peor escenario, apagones acotados. Por eso las eléctricas activan protocolos de mitigación para gestionar flujos y reducir carga en elementos sensibles.
Conviene recordar que apagones recientes en algunos países se debieron a otras causas, pero sirven para ilustrar por qué los operadores reaccionan con prudencia cuando hay avisos G4: anticiparse reduce el riesgo de incidentes mayores en entornos ya de por sí complejos.
La atmósfera superior también se calienta y se expande durante los episodios intensos. Ese «inflado» implica más densidad a las alturas en las que operan satélites LEO, elevando el arrastre orbital, con efectos: mayor consumo de combustible para mantener la altitud, cambios en el catálogo orbital y un ligero incremento del riesgo de colisión por alteración de trayectorias. Estudios y simulaciones de la ESA apuntan a picos locales de densidad que pueden cuadruplicarse.
Oleoductos y otras grandes estructuras metálicas sienten el impacto por corrientes inducidas, igual que las redes de muy alta tensión. No obstante, las infraestructuras de uso diario como redes móviles 4G/5G, Internet doméstico o la radio FM rara vez sufren efectos apreciables en este tipo de tormentas, salvo incidencias indirectas por pérdida de energía o fallos ascendentes en la cadena de suministro de señal.
Desde el punto de vista de la salud, la ESA recalca que este fenómeno no implica un riesgo biológico directo para la población a nivel del suelo. Donde sí sube la exposición es en altitudes elevadas y regiones polares, cuestión relevante para aviación en rutas de altas latitudes y tripulaciones.
Cómo se mide, se anticipa y qué hacer
Para vigilar el clima espacial se usan parámetros como Kp y un abanico de observaciones solares (imágenes coronográficas, magnetogramas, flujos de protones). En tiempo casi real, las sondas en L1 ofrecen un aviso de corto alcance: apenas unos 20 minutos entre la medición de la CME y su entrada en la magnetosfera. Esa ventana permite reaccionar, pero es limitada.
Con ese reto en mente, la ESA trabaja en Vigil, una misión que observará el Sol desde una perspectiva lateral para anticipar mejor la geometría y el campo de las CME. El objetivo es ofrecer avisos con más de dos horas de antelación, algo que permitiría a satélites y redes eléctricas ejecutar maniobras de protección y reconfiguración con más margen.
NOAA recuerda que la intensidad y orientación de una CME se conocen con precisión operativa cuando cruza los instrumentos de viento solar en L1; a partir de ahí, el SWPC emite las alertas pertinentes para operadores e instituciones.
En el terreno práctico, la mayoría de usuarios no necesita hacer nada especial, pero la cultura de la prevención es un plus. Protección Civil de Extremadura publicó pautas que siguen plenamente vigentes para episodios severos de clima espacial: información oficial, calma y preparación básica.
- Verifica con tranquilidad si hay cortes reales de electricidad, radio, Internet o móvil antes de moverte.
- Ten decidido un plan familiar sencillo: permanecer en casa y coordinarte con servicios de emergencia según indicaciones.
- Reserva agua y alimentos no perecederos para unos días; valora sistemas de potabilización si fueran necesarios.
- Prepara un kit básico (linterna, pilas, manta, ropa de abrigo, navaja, cerillas) y un botiquín ampliado con medicación crónica.
- Guarda documentación en papel y algo de dinero en efectivo por si fallan los pagos electrónicos.
Los operadores, por su parte, ajustan cargas, cambian configuraciones y, en el espacio, los centros de control ponen satélites en modos de bajo riesgo, suspenden maniobras delicadas y posponen actividades sensibles hasta que ceda la tormenta.
Más allá de Europa y Estados Unidos, instituciones como el Servicio de Clima Espacial del Instituto de Geofísica (IGEF) de la UNAM realizan monitorización y divulgación constantes. La comunidad científica recuerda que la actividad solar no supone por sí misma un daño directo en superficie, aunque periodos prolongados de alta actividad podrían exacerbar efectos de contaminantes atmosféricos finos en poblaciones vulnerables, un punto que se investiga en salud ambiental.
La historia ofrece perspectiva. En 1859, el llamado Evento Carrington activó auroras hasta latitudes sorprendentemente bajas y causó chispazos en líneas telegráficas. Con la sociedad hiperconectada actual, un episodio de aquel calibre tendría un impacto económico y operativo muy superior, con estimaciones de pérdidas de gran magnitud y disrupciones multisectoriales que incluirían navegación, energía y servicios clave.
Para explorar ese escenario, la ESA ha simulado un evento extremo: una fulguración X45 seguida de una CME frontal. En esa prueba, los modelos mostraron que la densidad atmosférica a altitudes LEO podría multiplicarse, aumentando el arrastre hasta un 400%, con consumo extra de combustible y reducción de vida útil de satélites. La conclusión operativa fue clara: no existen soluciones perfectas, solo estrategias para limitar daños y preservar activos críticos.
En este episodio, las administraciones españolas insisten en que no se esperan daños relevantes ni interrupciones significativas en infraestructuras críticas dentro del territorio nacional, más allá de interferencias puntuales en GNSS o pequeñas molestias en comunicaciones de onda corta. Aun así, la vigilancia continuará hasta que el campo magnético regrese a sus niveles habituales.
Con una sucesión de CME energéticas, una fulguración X5.1 entre las más fuertes de los últimos años y un entorno geomagnético en nivel severo, el evento actual condensa todo lo que hace complejo al clima espacial: incertidumbre en los tiempos, dependencia tecnológica y necesidad de coordinación. La buena noticia es que contamos con monitorización robusta, protocolos de mitigación y experiencia acumulada; la mejor manera de afrontarlo es informarse por fuentes oficiales, evitar alarmismo y dejar que los profesionales hagan su trabajo mientras disfrutamos, si hay suerte, de unas auroras inolvidables en latitudes poco habituales, siempre con la debida prudencia y sentido común.

